Innovación y relacionamiento estratégico

Somos lo que comemos

La forma en que comemos refleja no solo costumbres, sino también nuestro futuro. Entre contrastes de desnutrición y exceso de ultraprocesados, Guatemala necesita repensar su relación con los alimentos. Comer mejor no siempre significa gastar más: es elegir conscientemente lo que nutre, fortalece y construye bienestar.

Patricia Letona

4/26/20242 min read

Viajaba en tren entre Múnich e Ingolstadt, en Alemania, cuando algo muy simple capturó mi atención: una madre le ofrecía tomates cherry y chiles dulces a su hijo de cinco años como si fueran el snack más normal del mundo. Nada de refrescos, nada de comida empaquetada. Solo vegetales frescos, en medio de un trayecto cualquiera.

Ese momento, breve, pero revelador, me dejó pensando en la forma en que los hábitos alimenticios se construyen desde la infancia, y cómo reflejan una conciencia cultural distinta sobre lo que significa alimentarse bien.

La escena coincidió con un anuncio reciente del secretario de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos, Robert F. Kennedy, quien propuso eliminar gradualmente los colorantes sintéticos derivados del petróleo en los alimentos. Además, abogó por mayor transparencia en la industria alimentaria y el compromiso de garantizar ingredientes seguros para el consumo humano.

La comida es mucho más que combustible. En su ensayo “El hombre es lo que come”, Ludwig Feuerbach sostenía que la alimentación es la base misma del ser humano. Lo que comemos moldea no solo nuestro cuerpo, sino también nuestra mente y nuestras emociones. Si queremos personas más sanas y plenas, decía, hay que empezar por darles mejor comida.

Esa idea contrasta en Guatemala. En un país donde conviven los extremos de la desnutrición infantil y el consumo alto de productos ultraprocesados, hablar de alimentación es hablar de futuro. Porque sí, comer mal no es solo una decisión personal: es un problema de salud pública con costos sociales y económicos a largo plazo.

Es duro decirlo cuando esta misma semana se anunció que hay más de 7 mil casos de desnutrición aguda registrados en el país. Pero es justamente ahí donde debemos insistir. Además de los programas de asistencia, hacen falta políticas educativas que acompañen a las familias, que les den herramientas reales para elegir mejor. En cada comunidad, por más empobrecida que esté, hay una tienda o un mercado. La pregunta es: ¿qué estamos eligiendo?

Comer mejor no significa gastar más. Significa, por ejemplo, empezar por incorporar más frutas y verduras a nuestra dieta diaria, cocinar más en casa, optar por ingredientes frescos en lugar de paquetes llenos de aditivos. Y sí, vivimos con prisas, con jornadas laborales exigentes, pocas facilidades y muchas veces presupuestos limitados. Pero vale la pena detenerse un momento y preguntarnos: ¿qué le estamos dando a nuestro cuerpo todos los días?

Tomar conciencia de lo que comemos es un acto de autocuidado y de poder personal. Es leer etiquetas, pensar en el origen de los alimentos, priorizar los que nos hacen bien: los que nos dan energía sostenida, fortalecen nuestras defensas y mejoran nuestra calidad de vida. Recordemos lo que dijo Hipócrates, considerado el padre de la medicina, "Que la comida sea tu alimento y el alimento, tu medicina".

Porque al final, lo que ponemos en el plato no es solo una comida más. Es una decisión que construye nuestro bienestar, nuestra capacidad de vivir con plenitud y nuestro futuro. Comer saludablemente es invertir en uno mismo. Y eso empieza, muchas veces, por algo tan sencillo como un vaso de agua pura y una porción de fruta fresca.