Innovación y relacionamiento estratégico

Escuchar, dialogar, transformar

El debate, desde la Grecia Antigua hasta nuestros días, ha sido una herramienta para formar ciudadanía y construir comunidad. Recuperar esta cultura del diálogo en Guatemala puede sanar divisiones, fortalecer el pensamiento crítico y preparar a una nueva generación de líderes comprometidos con un país más justo e incluyente.

Patricia Letona

5/8/20242 min read

El sofista Protágoras decía, ya en la Grecia Antigua, que “sobre todo asunto hay dos discursos opuestos”. Con ello afirmaba que no existe una verdad única, que toda situación puede ser vista desde distintos ángulos. En aquella sociedad, el debate era parte fundamental de la vida pública.

Sócrates, por su parte, a través del método que hoy lleva su nombre, fomentó el diálogo y el cuestionamiento constante, influyendo notoriamente en su discípulo Platón. En la Atenas democrática, el debate público era el corazón del sistema político. Los ciudadanos libres no solo podían, sino que debían participar en la asamblea y en los tribunales populares. Esta práctica generó una ciudadanía activa y consciente, con una identidad colectiva basada en el valor de la razón y la palabra como herramientas para discutir y decidir sobre leyes, guerras, economía, virtud y justicia.

Esa cultura del debate ayudó a definir lo que significaba ser ciudadano y también ser humano, como alguien capaz de pensar, dialogar, convivir y, sobre todo, aportar a la construcción de su comunidad.

La paideia, o formación del ciudadano, incluía el arte de hablar, escuchar, argumentar y cuestionar. Gracias a ella, las decisiones complejas se tomaban colectivamente, y el desacuerdo no se consideraba una amenaza, sino una parte esencial del proceso cívico.

Cuánta falta nos hace hoy recuperar esa virtud de dialogar. Pero para lograrlo, es indispensable aprender primero a escuchar activamente, a cultivar la empatía y a ponernos en los zapatos del otro.

Fomentar la cultura del debate y el diálogo en Guatemala no solo nos permitiría sanar heridas históricas y superar lo que creemos que nos divide. También contribuiría a formar ciudadanos más críticos, participativos y comprometidos con la construcción de una nación más justa e incluyente.

Con optimismo, veo cómo esta chispa ha comenzado a prenderse con el surgimiento de clubes de debate estudiantiles en instituciones como el Colegio Alemán, Montessori, Liceo Javier o en universidades como la del Valle y la Landívar, solo por mencionar algunas. Me encantaría que este movimiento llegara también, muy pronto, al sistema educativo público.

Me genera esperanza que muchas de estas iniciativas han nacido del impulso de los propios estudiantes, que se contagian mutuamente esta pasión. Jóvenes que aprenden a debatir desde los 15 años y adquieren herramientas invaluables para la vida: seguridad personal, capacidad de investigación, apertura cultural, pensamiento crítico y creativo, la habilidad de expresar y defender sus ideas con respeto y solidez. Estoy segura que de aquí surgirán grandes líderes que influirán positivamente en el destino de nuestro país.

Este mes se celebrarán al menos dos torneos de debate estudiantil; uno de ellos contará con la participación de equipos de El Salvador, lo que nos recuerda que este arte también tiende puentes entre naciones.

Aún somos un pueblo profundamente dividido. Incluso dentro de una misma familia, hay temas que se han vuelto tabúes, asuntos de los que nadie quiere hablar, pero que en el silencio nos siguen haciendo daño. Toca que aprendamos a escucharnos con respeto, y a avanzar desde lo que cada uno puede aportar en pos de un objetivo común, un ideal superior: la construcción de una gran nación.